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Ciudades invivibles sin derecho a la utopía: las ciudades atraen el dinero y expulsan a los seres humanos

Alquilar en Nueva York está más barato que nunca gracias a la pandemia. El alquiler medio en Manhattan está en 2.700 dólares, el precio más bajo en una década. Razón: éxodo hacia otros barrios, ciudades o lugares con menor densidad de población, y de virus. Los precios caen, sobre todo, en Midtown, uno de los centros financieros: los brokers, los traders, los lobos de Wall Street, se van del barrio de Paris Hilton porque ya pueden operar diaria y nocturnamente desde sus casas suburbiales. Los datos son de Streeteasy, el Idelista neoyorquino. Los nombres de los portales de vivienda no son inocentes. Calles fáciles, precios de lujo: el ideal en la ciudad es pagarse el techo.



Por Víctor García Guerrero


Las ciudades atraen el dinero y expulsan a los seres humanos. Pasa en Londres, capital de la mayor caída demográfica en el Reino Unido desde la Segunda Guerra Mundial. Londres flirteó con el secesionismo cuando la gobernó Boris Johnson. Fue un proto-Brexit, explica Esteban Hernández: las grandes urbes capitalistas piensan que el resto del país es un lastre para atraer y conservar dinero. Y así echan a los que no pueden pagarlo. Como esta Madrid de banderas, con saldo migratorio negativo con España por primera vez en años. Como la Barcelona inflamada; el secesionismo erige una identidad fantasiosa que oculta la voluntad de quedárselo todo: casa, decorado y sirvientes.

A las ciudades las crucifica esa filosofía que prefiere el éxodo, la vuelta al campo, antes que el cambio de poder. San Agustín: Ciudad de Dios/Ciudad de los hombres, y por lo tanto del diablo. Pensaba en Roma, que fue la gloria, pero también la degeneración absoluta. Era mejor huir. Henry David Thoreau se fue, de forma deliberada, a una cabaña: hoy Walden sigue inspirando a los estadounidenses anti-Estado que en enero tomaron el Capitolio, templo de la ciudad diabólica. El hombre de los cuernos desplegó su identidad cavernícola frente a los desvaríos urbanitas. Su ídolo, sin embargo, vivía en un rascacielos: la derecha del siglo XXI hace de la incoherencia un negocio.

En Italia, un hombre ha tenido que dejar la isla en la que ha vivido solo los últimos treinta y dos años. Se llama Mauro Morandi y era profesor de educación física antes de descubrir que su vocación era habitar una isla desierta. La realizó en Budelli, al norte de Cerdeña: playa de arenas rosas y aguas de coral. Ahora lo echan los responsables del parque natural del archipiélago de La Maddalena. Reconocen su papel como guardián del paraje, pero la ley no contempla la posibilidad de que un ermitaño sea dueño y señor de la ínsula. Morandi se va a quedar en otra isla de la zona, mirando al mar, eterna fuga de la civilización; pero en un piso, principio y final de la utopía.