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Si ya pusieron una bomba, ¿después qué viene?

El ataque explosivo contra un local del Frente de Todos en Bahía Blanca significa que alguien pasó a los hechos. Pero la violencia de los discursos mediáticos y de dirigentes políticos, sobre todo contra el kirchnerismo, Cristina y el gobierno actual, ha ido en aumento desde hace años.


La violencia de las palabras y de los gestos está instalada y naturalizada por las principales cadenas mediáticas de Argentina, y por gran parte de las dirigencias políticas y de los distintos sectores que se expresan en la escena pública.

En uno de los casos, el de la dirigente Elisa Carrió, está tan naturalizado que jamás se la critica por eso. Y en los casos en que las/los promotores de ese tipo de violencia son figuras de la televisión o la radio, tampoco se hacen cuestionamientos porque presuntamente cualquiera puede decir cualquier cosa en uso de su “libertad de expresión”.

Es así que personajes del periodismo y del info-entretenimiento descargan habitualmente su odio contra el kirchnerismo, contra lo que el peronismo representa históricamente y contra el actual gobierno de la Nación, y sus manifestaciones son consideradas al menos implícitamente como parte natural de la crítica política en una sociedad pluralista y democrática.

De ese modo, se va generando socialmente un clima propicio para que también parezcan parte “natural” de las disputas de poder un ataque con explosivos como el perpetrado el 25 de mayo contra un local del Frente de Todos en Bahía Blanca, lugar donde realizan sus actividades políticas la agrupación La Cámpora y el ateneo “Néstor Kirchner”.

Como se sabe, la detonación ocurrió en la madrugada, cuando no había nadie en el lugar ni en las cercanías, y por lo tanto no produjo daños a ninguna persona.

Eso le quita gravedad a las consecuencias, pero no disminuye un alarmante dato de la realidad: hay sectores dispuestos a, y en condiciones de, realizar acciones terroristas mediante la colocación de explosivos en un local partidario. Se trata, por lo tanto, de un hecho de violencia política.

Si ya pusieron una bomba -para decirlo de forma genérica, más allá de si la palabra “bomba” es técnicamente adecuada para las características del artefacto detonado- cabe preguntarse qué es lo que viene después.

Ejemplos en televisión

Las palabras y la gestualidad políticamente violentas de figuras de la televisión y la radio se han generalizado durante la pandemia. Los ejemplos serían infinitos, pero es orientador mencionar al menos algunos de los últimos días.

A comienzos de este mes el periodista Alfredo Leuco finalizó su programa en el canal La Nacion+ con una exhortación a “fortalecer” un país “sin kirchneristas”.

La frase completa, dirigiéndose a cada uno de sus televidentes, fue la siguiente: “Lo espero mañana a las nueve de la noche para tratar de fortalecer la Nación con más libertad, con más igualdad, con más legalidad. Sin kirchneristas, sin fasc… chavistas, y sin corruptos. Hasta mañana”.

La conductora televisiva Viviana Canosa, en su descomunal descarga de odio, directamente instiga a cometer delitos tales como incendiar la Casa de Gobierno. Lo hace de forma solapada, como al pasar, como “al voleo”, como si solamente estuviera manifestando su rechazo a decisiones que adopta el gobierno nacional para tratar de frenar la propagación del Covid-19.

Días atrás, con motivo de agradecimientos públicos realizados por el jefe del Estado argentino a mandatarios de países con los cuales se han realizado gestiones exitosas para conseguir vacunas, Canosa dijo: “El presidente le agradece a Xi Jinping, a Putin, a AMLO (Andrés Manuel López Obrador)… Presidente: usted, Alberto Fernández, nos tiene que agradecer a todos nosotros, los argentinos, que no vamos y prendemos fuego la Casa de Gobierno”.

Macri, Bullrich, Carrió

Desde el ámbito político-partidario, quienes se destacan por sus actos o dichos favorables a la generación de un clima de violencia, son el ex presidente Mauricio Macri y su ex ministra Patricia Bullrich, cabecillas del ala ultraderechista del Pro.

Ambos insistieron, la semana pasada, en ratificar su apoyo al policía Luis Chocobar, quien acaba de ser condenado -aunque con una pena mínima, dos años de prisión en suspenso- como culpable de haber asesinado por la espalda a Juan Pablo Kukoc, un asaltante que en 2017 apuñaló a un turista estadounidense en el barrio porteño de La Boca.

Bullrich, además, recientemente acusó al gobierno, y en particular al ex ministro de Salud Ginés González García, de haber pedidos “retornos” (coimas) al laboratorio Pfizer para que Argentina le comprara vacunas. La gigantesca empresa farmacéutica norteamericana negó en un comunicado oficial los dichos de la ex ministra, mientras que González García y el presidente Fernández anunciaron que promoverían acciones legales contra la dirigente.

La ex titular del ministerio de Seguridad ejecuta acciones o declaraciones agresivas como parte de su acumulación de poder. Sabe que cierto sector del electorado la respalda, aunque por ahora sea incierto el peso real de esos apoyos en las bases sociales.

Dos ejemplos actuales de su estrategia. Uno, cuando a comienzos de abril planteó que había que “resistir” las medidas de cuidados contra el Covid que analizaba en ese momento por el presidente y que consistían, básicamente, en restricciones a la circulación nocturna en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA).

Otro ejemplo fue, pocos días después del anterior, su presencia en una manifestación con igual objetivo -repudiar al gobierno por sus decisiones sanitarias ante la pandemia- frente a la residencia presidencial de la localidad de Olivos. (Información del diario Clarín.

Por otra parte, saliendo de la actualidad y observando la historia reciente, una dirigente que a lo largo de los años ha fomentado el odio contra el kirchnerismo y la violencia de los sentimientos y emociones para actuar en política, es Elisa Carrió.

La cantidad de expresiones agresivas de la mediática dirigente es prácticamente infinita. El autor de esta nota se remite a ocasiones en las cuales se trató el tema en y detalló más de una decena de casos. Una de esas publicaciones fue hace cuatro años y se titulaba “El país está en crisis y Carrió usa, como siempre, la violencia retórica”. Otra tuvo lugar hace casi tres años, con el título “Enfrentar a Carrió, en lugar de reírse o subestimarla”.

Alguien pasó a los hechos

La violencia política de los discursos mediáticos y de dirigentes de distintos sectores, particularmente contra el kirchnerismo y contra su líder Cristina Kirchner, ha sido una tendencia creciente al menos desde el conflicto agrario de 2008 cuando el poder agropecuario, respaldado por el conjunto de las corporaciones y con amplio apoyo de las clases medias antiperonistas y conservadoras y de las clases privilegiadas, perpetró el más gigantesco sabotaje al tránsito y al abastecimiento que haya vivido Argentina en cualquier etapa de su historia.

Como puede advertirse a diario, y así tratan de sugerirlo los ejemplos señalados en párrafos anteriores, esa retórica o gestualidad violenta hoy forman parte de la cotidianeidad, y son llevadas a niveles cada vez más extremos en el marco de las profundas conmociones de todo tipo que la pandemia del coronavirus provoca individual y colectivamente.

Sin embargo, el ataque con explosivos a un local del Frente de Todos en Bahía Blanca ha ido mucho más allá de la violencia discursiva. Esta vez, alguien pasó a los hechos. El atentado demuestra que al menos en esa ciudad algún existe un grupo extremista, tal vez pequeño -no se sabe-, con decisión y aptitud como para destruir bienes materiales y así producir hechos políticos y enviar mensajes aterrorizantes.

La pregunta acerca de qué es lo que viene después, por supuesto no tiene respuesta. La primera e imperiosa necesidad en función de la paz social y la convivencia democrática es que se logre identificar a los autores materiales e intelectuales, y que tengan el castigo penal correspondiente y la más contundente condena política y social.

Evitar la impunidad es la prioridad absoluta. Si ello se concretará o no, lo dirán los hechos. En principio es un objetivo imprescindible pero que provoca cierto escepticismo plantearlo, ya que Argentina -y no es el único lugar donde ocurre, pero de nuestro país estamos hablando- está plagado de delitos de cualquier tipo que por negligencia o encubrimiento de estructuras judiciales, policiales, políticas, empresariales, etc. nunca se esclarecen y los criminales consiguen quedar impunes.

Otra prioridad absoluta y que en gran medida se deriva de conseguir el objetivo primero -el esclarecimiento y el castigo a los culpables- es que no se repita nada parecido en ningún lugar del país y contra ningún espacio político ni cualquier sector de la sociedad.

Y una prioridad más, de importancia equivalente a las anteriores, es que los/las responsables de influir en el clima político que finalmente termina impregnando al conjunto de la sociedad, adopten discursos y acciones que apunten a la convivencia pacífica.

Quizás esto también resulte difícil o imposible, teniendo en cuenta la virulencia desestabilizadora y antidemocrática con que vienen actuando la ultraderecha mediática y político/institucional. Esta última está representada por Macri, Bullrich y el conjunto del sector radicalizado de Juntos por el Cambio, más los nuevos referentes del extremismo ultra-capitalista que aspiran a ser diputados a partir de este año, como Javier Milei y José Luis Espert.

En gran medida, el volumen de votos que la ultraderecha obtenga en las elecciones venideras indicará cuánto respaldo social y político tienen los terroristas que hicieron explotar un local del peronismo en Bahía Blanca.





















Fuente: va con firma