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Rosenkrantz, en la mesaza judicial de Macri

La promiscua relación del supremo con el operador macrista Pepín Rodríguez Simón. Buen provecho.




Por Ricardo Ragendorfer

Para comprender el blanqueo de la Corte Suprema a la desobediencia del alcalde porteño, Horacio Rodríguez Larreta, hacia el DNU de Alberto Fernández que suspendía las clases presenciales en la CABA, no está de más poner en foco a su cabecilla, Carlos Rosenkrantz. Y retroceder al 10 de diciembre de 2015.

Aquel jueves, cuando el aún flamante presidente Mauricio Macri leía su discurso ante la Asamblea Legislativa, de pronto, soltó: “En nuestro gobierno no habrá jueces macristas; a quienes quieran serlo les digo que no serán bienvenidos”. Una salva de aplausos estalló en el recinto.

Pero cuatro días después firmó un decreto para sumar a Rosenkrantz y a Horacio Rosatti al máximo tribunal.

Esos nombres habían sido susurrados a su oreja por otro gran personaje de esta historia, el operador judicial Fabián Rodríguez Simón, “Pepín”.

Así se produjo el tardío, aunque fulminante, salto de Rosenkrantz desde la actividad privada a la Corte, sin escalas intermedias.

Hasta entonces, ese tipo de 59 años había sido rector de la Universidad de San Andrés y socio de Gabriel Bouzat en uno de los estudios jurídicos más caros del país, entre cuyos clientes figuraban los grupos Clarín, Pegasus y De Narváez.

Claro que la debilidad constitucional de su nombramiento lo situó –al igual que a Rosatti– en una espera que se extendería hasta el 22 de agosto, tras ser confirmados por el parlamento.

A partir de entonces, dio rienda suelta a una fidelidad casi perruna hacia el líder del PRO, siempre con el nexo del inefable Pepín.

En este punto hay que volver al presente

Tal vez, en los próximos días, Rodríguez Simón tenga a bien suspender su exilio en Punta del Este para presentarse a indagatoria, el 26 de mayo, ante la jueza federal María Servini, en la causa por las presiones y amenazas a los empresarios Cristóbal López y Fabián De Souza, del Grupo Indalo.

Lo cierto es que el plato fuerte de esta pesquisa es un informe sobre las llamadas de Pepín entre enero de 2016 y agosto de 2019. Y su paralelismo con las situaciones que conformaron la persecución macrista a esas víctimas para arrebatarles sus empresas.

Es de dominio público que, además, este entrecruzamiento telefónico ya provocó una histérica lluvia de apelaciones por parte de los abogados de Macri para evitar el peritaje de sus teléfonos.

Cabe destacar que al respecto cayó como una gigantesca roca sobre el océano la recusación de Rosenkrantz, dado que –al momento de los hechos investigados– hubo 59 comunicaciones telefónicas entre Pepín y él.

El primer entrecruzamiento sobre el celular del famoso operador judicial abarca 10.738 llamadas. No es exagerado decir que tamaña cifra dejó en vilo a muchos de sus contactos.

Entre ellos, además de Macri y Rosenkrantz, se destaca el socio Bousat (38 llamadas), el cortesano Rosatti (17 llamadas) y el ex ministro de Justicia, Germán Garavano (160 llamadas); todos vinculados, en mayor o menor medida, con el mencionado expediente.

Lo cierto es que Rosenkrantz también integró el lote de espiados por el gobierno de la alianza Cambiemos. Una metáfora de la ética macrista que bien vale no pasar por alto.

Aquí resalta la figura del prefecto Franco Pini, quien fuera jefe de la Delegación de Inteligencia Criminal de la Zona Mar Argentino Norte, un individuo muy ligado a Patricia Bullrich.

La cuestión es que, a fines del año pasado, el juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla, lo procesó por espionaje ilegal nada menos que sobre Rosenkrantz, en el marco de la causa que investiga las trapisondas de la banda del agente polimorfo Marcelo D’Alessio. Entre otros fisgoneados por él, figura también el doctor Bouzat. Ocurre que Pini anduvo hurgando los registros de la Dirección Nacional de Migraciones, ya que le interesaban los viajes de ambos a Panamá, relacionados con presuntas cuentas off shore a sus nombres.

Ya son parte de la historia las fotos publicadas por El Cohete a la Luna, el portal de Horacio Verbitsky, donde se lo ve a Simón en un bar con el camarista Martín Irurzun. Desde entonces, sus constantes injerencias en el universo tribunalicio dejaron de ser un secreto de Estado.

Para colmo, el tipo no fue ajeno a que –involuntariamente– Rosenkrantz volviera a estar nuevamente bajo el radar de los fisgones macristas, aunque esta vez de la gavilla “Super Mario Bros”, perteneciente a la AFI.

Ese mismo mes, Pepín increpó en la confitería Farinelli, situada en la calle Bulnes al 2700, de Palermo, a una persona que lo filmaba en compañía de un contertulio. Una imagen de aquella cinta circuló en la prensa y exhibía a su extraño acompañante, quien lucía gafas negras y una gorrita que le cubría hasta las orejas. Un atuendo que, sin embargo, no ocultaba su gran semejanza con el rostro de Rosenkrantz. Eso habría inquietado a Macri de sobremanera, por lo que ordenó al jefe de la AFI, Gustavo Arribas, que sus hombres identificaran al “paparazzi”, además de confirmar la presencia del cortesano en ese salón.

Aquellas cuestiones jamás fueron esclarecidas. Pero durante meses los muchachos de la AFI vigilaron a sol y sombra a la dupla formada por Pepín y Rosenkrantz, un lazo que debía ser mantenido bajo reserva.

Así, a los tumbos, llegó para ellos el turbulento 2019. Por lo pronto, el presidente de la Corte había inaugurado el año judicial con un discurso algo tremendista: “Se empieza a generalizar la desconfianza de que servimos a intereses distintos al derecho”. Así arrancó.

Tres meses después, Rosenkrantz fue sorprendido en la boda de la hija del inefable Pepín. Departía en una mesa con el entonces presidente de YPF, Miguel Gutiérrez, también estaba el procurador del Tesoro, Bernardo Saravia Frías, el asesor presidencial José Torello y la denunciadora Mariana Zuvic.

Allí no estaba el prefecto Pini ni los muchachos de la AFI, sino un simple fotógrafo de sociales.

La discreción está sujeta a una encarnizada lucha contra el azar, en un mundo donde es cada vez más difícil pasar desapercibido.






















Fuente: Tiempo Argentino